Por Alejandro Rojo Vivot [1]
“La participación de la ciudadanía en todos los asuntos de interés público es un derecho, que se ejercerá a través de los mecanismos de la democracia representativa, directa y comunitaria”.
Constitución de la República del Ecuador [2]
Todos los días, cada día o de vez en cuando, actuamos en distintos ámbitos como la familia, el trabajo, el barrio, el club, etcétera y ocupamos diversos roles: pareja, jefe, empleado, independiente, voluntario, asociado, etcétera. Y siempre somos el mismo individuo, inclusive si nos comportamos de manera muy distinta: componedor, verticalista, autoritario, favorecedor de las interrelaciones horizontales, etcétera.
Así es el ser humano y la sociedad de diverso, complejo y absolutamente dinámico.
Por otro lado, ha quedado suficientemente en evidencia la imperativa necesidad, cada vez más, de que la mayor cantidad de personas posible nos involucremos activamente en los asuntos públicos como alternativa válida para la construcción de una comunidad equitativa y que favorezca el desarrollo.
Todas las perspectivas
En un pequeño pueblo, una mediana o gran ciudad, una región o un país convivimos en forma individual y grupal constituyendo entramados sociales vitales y formales de todo tipo; eso constituye una riqueza gigantesca la que, a veces, es fuente de conflictos ya sea por la colisión de intereses, dificultades para el diálogo, intentos de proyectos hegemónicos, etcétera.
¿Los empresarios como tales, tanto a título individual como a través de organizaciones específicas, están participando de la cosa pública en general? Por caso, ¿en los procesos netamente participativos como las consultas populares, presupuestos participativos, audiencias públicas, referéndum, reformas constitucionales, redacción de cartas orgánicas, iniciativas populares, bancas del vecino, etcétera encontramos a las cámaras o empresarios de por si opinando y alentando propuestas?
Sin duda, las visiones de los empresarios en los debates democráticos, donde están presentes los demás componentes de una comunidad, suman a la construcción de conjunto. Los caminos por separado o la notoria ausencia solamente terminan en resultados innecesariamente menguados o alentando la fragmentación social (los unos y los otros).
La participación pública es clave, sobre todo si logramos que esté basada en la adecuada información, responsable en el sentido más amplio del concepto y, entre otras, diversa sin exclusión de ninguna naturaleza.
Amartya Sen, Premio Nobel de Economía en 1998, apuntó: “El debate público y la participación social son, pues, fundamentales para la elaboración de la política económica y social en un sistema democrático. La utilización de las prerrogativas democráticas –tanto de las libertades políticas como de los derechos humanos- constituye una parte crucial del ejercicio de la propia elaboración de la política económica, aparte de los demás papeles que pueda tener. En un enfoque basado en la libertad, la libertad de participación no puede ser sino fundamental en el análisis de la política económica y social”. [3]
Sin recetas
Cada uno sabe lo que ha de hacer desde su respectiva experiencia y perspectiva. La multiplicidad de visiones convergentes en espacios públicos de reflexión y debate generan un significativo incremento en las posibilidades adecuadas en la toma de decisiones.
También es oportuno generar instancias para que, por ejemplo, en años electorales los candidatos, en forma pública, expliquen sus compromisos con respecto al desarrollo y tomemos debida nota para el seguimiento de las promesas electorales. Asimismo participando cuando se formulen planes estratégicos, se debata la recolección y tratamiento de los residuos, las áreas de estacionamiento permitido, los horarios de los comercios, la localización de los emprendimientos fabriles, los presupuestos públicos, la contaminación ambiental, etcétera. Y, desde luego, los aspectos generales como la cultura, la educación, la situación de los desempleados, la niñez y adolescencia, el deporte, la seguridad urbana, etcétera.
La organización de foros específicos y la intervención de los organizados por otros sectores, la edición de publicaciones, el estudio de asuntos como la responsabilidad social empresarial y tantas otras cuestiones contribuyen en la edificación de una comunidad donde todos tengan cabida.
Nunca el aislamiento social como estrategia para la defensa de los intereses sectoriales conlleva la resolución de los conflictos o las diferencias pues, como mucho, únicamente significa elevar el muro de protección cuando las bases se siguen deteriorando y soportando más peso por lo que, irremediablemente en algún momento, se desmoronarán. La participación cívica, en forma pública, es el camino democrático para consolidar sistemas donde todos puedan expresarse y existan equivalentes oportunidades.
Pensar a largo plazo implica ampliar la visión de lo inmediato que, desde luego, debe ser atendido. Trabajar para que la democracia se expanda y mejore continuamente es estar favoreciendo el desarrollo.
Sin duda es posible la edificación de alianzas, encontrar puntos de contacto aún entre quienes sostienen posturas muy distintas, individualizar los valores fundamentales que nos unen aunque haya diferencias en los métodos, buscar comprender lo que opinan los demás y procurar ser entendidos por los que no comparten las propias.
La democracia, como el género humano, es diversidad sumando esfuerzos en beneficios y complemento de todos, incluyendo a las generaciones por venir. La participación cívica fortifica a la democracia y la cualifica, mejorando notablemente las posibilidades generales de desarrollo.
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